26 may 2009

Rubén Tanucci. "En el fútbol infantil, de ninguna manera el mensaje debe ser el de ganar si o si."

Para el N° 2 de Prensa Verde (la publicación del club Villa Argentina), hicimos esta nota con el "Tano" Rubén Tanucci, ex jugador profesional de Independiente, Temperley, Estudiantes de La Plata y Huracán, entre otros clubes de nuestro país, Chile y Perú.
Tanucci es entrenador de divisiones inferiores del C.A.Independiente, y fue Ayudante de Campo de Pepé Santoro en sus tres interinatos al frente de la primera división. Aquí va entonces la nota que le hicimos en aquella oportunidad (hace unos meses), en la que el fútbol infantil fue el tema central.


El 12 de octubre de 1986 a la tardecita, ya casi de noche, la puerta de chapa del Club Villa Argentina que da a la calle Salta se abrió lentamente y cuando la cabeza enrulada de Rubén Tanucci se asomó, una lluvia de aplausos y gritos eufóricos lo recibieron. Unas tres o cuatro horas antes, en cancha de Velez, a los 11 minutos del primer tiempo, el cabezazo del Tano había perforado el arco del Loco Gatti, marcando el primer gol de un Temperley que terminaría redondeando un marcador para la hazaña: 2 a 2 contra Boca, empatando a los 90’ con diez jugadores.
- Ese fue un partido muy especial - recuerda el Tano - estábamos en conflicto con el club y habíamos decidido no concentrar. Al mediodía comimos todos juntos en la casa de un compañero y de ahí nos fuimos a la cancha. Al lunes siguiente, después de aquel partido con Boca, todo el plantel quedó libre.”

Prensa Verde: Tu campaña como futbolista fue importante, no es fácil mantenerse jugando tantos años en la Primera división. ¿Cómo fue ese camino desde el baby fútbol en Villa Argentina hasta convertirte en futbolista profesional ?

Rubén Tanucci: en esa época no había en el baby la organización que hay ahora. En Villa Argentina armábamos los equipos nosotros mismos y jugábamos en los campeonatos que organizaban los clubes. Recuerdo por ejemplo aquel equipo que salió campeón en el club Villa Ideal ganando esa famosa final contra ellos; ese equipo lo integraban pibes más grandes que yo: el Gabri, Tino Fontana, Jorge Foz, Ricardo Fornari, el Pato Restucia, Daniel García. Josecito Kusciuka, yo entré en el segundo tiempo. Esas experiencias son inolvidables, quedan marcadas para siempre. En ese partido, la cancha estaba llena, llevamos bombos, banderas, en el barrio fue todo un acontecimiento.
Entonces el baby fútbol no estaba organizado en Villa Argentina, los muchachos más grandes iban a Reconquista y yo fui con ellos, aunque no tenía edad para competir, jugaba en las prácticas y algunos partidos amistosos. Después me llevaron a Bouchard que participaba del Torneo Policial, ahí estaba Lito Mesina y me quedé a jugar.
A Independiente me llevó Adolfo López, que vivía frente al Club Villa Argentina en lo que era el Supermercado Cervantes. Fuimos a probarnos Marcelo “Sapo” Gallardo y yo y los dos quedamos. Los primeros dos años estuve con Gentilini que fue el que nos probó.
El último año de competencia en baby yo ya no lo jugué, estaba dedicado a la cancha de once en lo que hoy sería una prenovena.

PV: La manera de entrenar y competir habrá cambiado mucho desde entonces...
RT: Los entrenamientos de esas épocas eran totalmente diferentes a lo que son hoy. Yo entrenaba solamente los sábados a la mañana y los domingos jugábamos. Desde entonces no sólo el fútbol, sino toda la sociedad ha cambiado muchísimo. No había la locura que hay hoy.
Nosotros jugábamos, a veces ganábamos y a veces perdíamos, pero no tengo recuerdos de grandes presiones por los resultados. En el segundo año en el club ya arrancaban las divisiones inferiores que entrenaban dos veces por semana. En prenovena estaba Mura, de novena a séptima lo tuve a Zerrillo, en sexta estaba Hacha Brava Navarro, en quinta otra vez a Mura y en Cuarta a Pepé Santoro.

PV: ¿Cómo incide la formación de los primeros años cuando uno llega a ser jugador profesional?
RT: Que alguien sea un jugador destacado en inferiores no garantiza que sea jugador de primera división por años. A partir de determinado momento empieza a pesar el profesionalismo que uno debe asumir, el cuidado personal que hoy es imprescindible, pero por sobre todas las cosas la personalidad.
La personalidad en el jugador de fútbol es fundamental, no es lo mismo jugar con treinta personas mirando que con diez mil, veinte mil o cincuenta mil; es muy distinto, hay que poder dominar esa presión. Esa es la importancia de la personalidad, que para mi es determinante.
El jugador de fútbol no es solamente la técnica, es un compendio de cosas, entre las que la personalidad y el profesionalismo (el cuidado personal), son muy importantes. Hoy no se pueden dar ventajas, en la alta competencia cualquier ventaja que se da puede ser indescontable.
Hay jugadores que sobresalen por su técnica, por su talento natural, pero así y todo deben cuidarse para no dar ventajas, y hay otros que necesitan estar diez puntos físicamente para equilibrar las posibilidades frente a ese talento. Esa es la realidad. El punto clave es ser inteligente y darte cuenta cuáles son tus limitaciones, eso es lo primero que tiene que saber un jugador de fútbol: cuáles son sus limitaciones, para enfocar los cañones ahí. Si vos sabés que técnicamente no sos un jugador dotado y que todo tu juego se basa en tu forma física, entonces extremá los cuidados en eso, en cuidar tu herra-mienta de laburo. Hay jugadores que no tenían una gran técnica natural y han sido grandes campeones. Han podido complementar con otros factores esas limitaciones que tenían en la técnica; con sacrificio, cuidando su forma física, con gran personalidad. Eso es lo que llamo inteligencia, saber aprovechar al máximo las virtudes que cada uno tiene y ser conciente de las limitaciones.

PV: Aquella costumbre de comer el puchero los domingos y salir a la cancha, quedó atrás hace rato...
RT: Es que antes, los dos platos de puchero y el litro de vino eran para todos, tus rivales también jugaban en esas condiciones, eso es lo que hay que ver. Hoy todo está tan profesionalizado que el que hace un desarreglo lo paga, lo paga en la cancha, lo paga con el puesto. El que afloja una, dos o tres semanas en el entrenamiento, pierde con el que está al lado, no llega más a recuperar esos escalones. Hoy los cuidados en la vida personal son decisivos.

PV: En base a esta super profesionalización de la que hablás, ¿ Cómo se trabaja en inferiores de un club como Independiente?
RT: En inferiores se trata de de dar los fundamentos técnicos necesarios, realizando los trabajos físicos que corresponden a cada edad, enseñar e ir incorporando los aspectos tácticos, pero por sobre todas las cosas nosotros hacemos muchas charlas con los pibes tratando de hacerles entender cual es la realidad del fútbol profesional. Llegar a primera no es algo automático que viene sólo con el pasar de los años, es sólo un porcentaje muy pequeño el que llega. Como decíamos antes, son muchos los factores que determinan quiénes si y quiénes no. No es lo mismo jugar en cuarta que en primera. El marco es totalmente diferente y ahí es donde juega un rol decisivo la personalidad.
En este sentido, hay una gran diferencia con otras épocas; vos antes tenías un Giusti que jugó diez años en la primera de Independiente, un Bochini que jugó veinte años en la primera de Independiente, entonces vos metes ahí un pibe y el pibe tiene donde apuntalarse porque tiene a su alrededor gente identificada con el club, ese respaldo es una gran ventaja. Eso ahora ya no existe, la gran mayoría de los jugadores no están más de dos o tres años en un club, entonces al pibe se le hace más difícil respaldarse en alguien, por lo tanto, la personalidad de ese chico tiene que ser mucho más fuerte todavía.

PV: Los chicos llegan a los clubes con varios años de baby fútbol encima, ¿Cuáles son las ventajas y desventajas que les da esa experiencia para luego jugar en cancha de once?
RT: En realidad lo que se da en la mayor parte de los casos de los chicos que llegan a los clubes es que el chico juega simultáneamente en los dos lugares; juega al baby en el club del barrio y a la vez entrena y juega en cancha de once. Si un pibe de nueve, diez u once años se destaca mucho en el club de baby, seguramente alguien lo va a acercar a un club de AFA. Así ocurre generalmente. Ya a los trece o catorce años, al chico que nunca jugó en cancha de once le cuesta mucho porque los otros ya le sacaron una gran ventaja. El que viene de cuatro o cinco años de preparación en el fútbol campo hace diferencia; pensemos un momento en las enormes diferencias de las dimensiones de la cancha, de la pelota con que se juega, en el baby la pelota es más chica y casi no pica, en el fútbol campo hay una pelota N° 5 que para los chicos que vienen del baby tiene un conejo dentro, pica para todos lados. El baby sirve mucho para los pibes, pero tiene sus cosas negativas y sus cosas positivas. El club del barrio es el lugar donde el pibe se siente cómodo, es el lugar donde crece, es parte de su formación. Hay cosas que son muy positivas como el desarrollo de la técnica, el manejo de la pelota que en cancha grande lo tenés en menor proporción.

PV: ¿Los espacios reducidos con los que tanto se insiste en infantiles tienen que ver con esos aspectos positivos?
RT: Claro. Ahí es muy importante el aporte que el baby fútbol hace. En la primera etapa de nuestro trabajo en Independiente habíamos hecho un estudio con Magán y el profe Anselmi, cronometramos el tiempo en que los chicos estaban en contacto con la pelota en los partidos de liga en cancha de once. En los 50 minutos que duraba el encuentro, el que más tuvo la pelota fue el enganche que la tuvo un minuto y cinco segundos; un marcador de punta, por ejemplo, la tenía siete segundos, y así eran la mayoría de los tiempos. Entonces la conclusión es que si vos en el trabajo semanal no trabajás todo el tiempo con pelota, nunca vas a poder perfeccionar la técnica. En el baby el contacto del jugador con la pelota es mucho mayor, la diferencia es abismal. Este es uno de los mayores beneficios del baby fútbol para la formación del chico, que tiene durante mucho más tiempo la pelota en sus pies y esto es vital para el mejoramiento de la técnica.
Otro aspecto a considerar es que las dimensiones de la cancha y de los arcos son iguales para un chiquito de ocho años que para un profesional. Lamentablemente esto es así y modificarlo es muy complicado porque está muy instalado en el fútbol local.
En Europa, esto no es así, hay distintas dimensiones del campo de juego y de los arcos, las categorías más chicas juegan a lo ancho de la cancha y los arcos tienen medidas proporcionales, luego hay otras medidas intermedias hasta llegar en las edades de trece o catorce años a las normales. De la otra manera, se pierde el sentido mismo del juego, porque hasta los mismos entrenadores le piden a los delanteros que pateen alto: si el arquero mide 1,20 m y el arco 2,20, ¿Cómo hace el chico para saltar y atajarla ahí arriba?

PV: Si la presión de los padres en los clubes de barrio es complicada para los chicos, me imagino lo que será en la competencia de inferiores de AFA.
RT: En el fútbol actual es tanta la locura... Diferenciar el fútbol de la manera en que la sociedad está viviendo en general es muy difícil, hoy la violencia está instalada, se putean en los autos, en los colectivos, etc, entonces ¿Cómo desligas esa agresividad del chico que va a jugar a la pelota o del padre que lleva el chico ahí? En ese sentido yo tengo experiencias de los dos tipos; hubo casos en que después de hablar con padres complicados, éstos pudieron darse cuenta del daño que le estaban causando a su hijo y modificaron su actitud y hubo otros que pese a ser instados en más de una ocasión, terminaron queriéndole pegar a un técnico o a un rival. O sea, el intento hay que hacerlo. pero hasta ahí llegás, más no podés.
Por eso pienso que el club debe tener normas muy claras y exponerlas de entrada: esto es así y el que saca los pies del plato que elija otro club. Esta es la línea que el club baja y todo se va a manejar de acuerdo a esto. Entonces, con todas las cartas sobre la mesa desde el comienzo tenés toda la autoridad del mundo para reclamar de los padres que respeten ese compromiso asumido. Desde el club deben promoverse charlas de este tipo, la educación debe ser constante hacia chicos y padres.

PV. ¿Qué importancia deberían darle los clubes de barrio a la capacitación de los directores técnicos para el fútbol infantil?
RT: Es importantísimo. Eso debería estar legislado, normado por FADI. Todos aquellos que laburan en el baby fútbol deberían tener el título de director técnico. Yo doy clases en la Escuela de Técnicos y normalmente lo que tenés como alumnos es gente ligada al baby fútbol de los clubes de barrio. La capacitación es fundamental porque en el curso no sólo aprendés táctica o como mejorar la técnica a través del entrenamiento, en el curso se forman docentes, gente que va a enseñar y por eso hay materias como psicología, que son tremendamente importantes cuando uno le está enseñando a chicos de tan corta edad. Para ser entrenador uno debe capacitarse permanentemente y tiene que hacerlo a conciencia, sabiendo la responsabilidad que implica estar al frente de un grupo. Por eso yo pienso que el FADI, u otras ligas infantiles, deberían reglamentar que los técnicos que trabajan con los chicos tienen que ser profesionales recibidos. Cuando yo hice el curso había jugado varios años en primera y era ya un ex jugador, sin embargo, cuando terminé el curso me di cuenta que si me hubiera puesto a trabajar con algunos chicos hubiera cometido muchísimos errores. Hay que ser muy responsable cuando una forma chicos, no es lo mismo jugar que dirigir.

PV: Esa capacitación seguramente aporta mucho también para entender que en el fútbol, y mucho menos en el fútbol infantil, el resultado no es cuestión de vida o muerte.
RT: Ese es otro aspecto de gran importancia. Si vos llegás a un club de barrio tratando de incentivar al chico a que gane todos los partidos estás muerto. Sí sostengo que dentro de la formación del pibe, debe hacerse sentir que entre ganar y perder hay diferencias. Ganar y perder no es lo mismo, pero de ninguna manera el mensaje debe ser el de “ganar si o si”. De esa manera lo único que se logra es sobreexigir a un pibe que no está capacitado para soportar esa presión.
Esto no puede equipararse al fútbol profesional, donde el deportista, ya formado, sabe que vive de los resultados. En el pibe la diferencia debe mostrarse porque entra a la competencia con la intención de ganar y al chico tiene que interesarle ganar, pero para ello tiene que saber que puede ganar, empatar o perder y que si pierde no es el fin del mundo. Dentro de una derrota hay siempre algo positivo que te sirve para mejorar: la derrota es el comienzo de cualquier mejora. También por esto, el respeto por quien conduce el grupo es fundamental.

PV: Más allá del trabajo en el entrenamiento o en la competencia , otro aspecto es la educación del chico para que se integre a un grupo de manera armónica...
RT:La disciplina, dentro y fuera de la cancha, es parte de la educación que vos le das al pibe. El respeto hacia el compañero, hacia el técnico, hacia el padre o hacia el árbitro es fundamental. Es una parte muy importante de la formación que se debe dar, y para esto, una cuestión decisiva es que si el tipo que está afuera no putea al árbitro, no se pelea con el técnico, no lo vuelve loco al pibe presionándolo para que haga las cosas de una determinada manera, el mensaje que llega es de tranquilidad hacia el chico que está jugando. Sino, lo que le llega al chico es que cuando las cosas no te salen como querés, vos te tenés que pelear con el compañero o con el rival. Los roles no deben confundirse nunca entre los padres y el entrenador. Siempre hay momentos en los que uno es el amigo y otros en los que debe imponer respeto. Con los chicos, hay que tener charlas permanentemente, cualquiera sea la edad que tengan. Los conductores de los grupos desempeñan un rol de educadores y esa educación debe dirigirse no sólo hacia el chico sino también hacia los padres. El problema de la presión que los padres le meten a los chicos es muy nociva para ellos, pero esto tiene mucho que ver con la persona que conduce. En el baby fútbol esto es un poco más difícil porque generalmente la gente que conduce los grupos de chicos tiene con los padres una relación mucho más cercana, se comparte el mate en la tribuna, o la gaseosa después del partido, hay un trato muy familiar y muchas veces de amistad; esto a veces, es una gran dificultad.

PV: Lo que pasa en los clubes de barrio es que los “directores técnicos” son los que se animan a serlo. Dedican tiempo y muchas veces dinero con la mejor voluntad, pero no siempre son los indicados para entrenar chicos.
RT:
Todo tiene sus pro y sus contras. Teniendo a gente capacitada al frente de los grupos, vos te asegurás que la formación que el chico recibe es la adecuada. El técnico recibido estudió técnicas de entrenamiento, prepa-ración física, psicología, pedagogía y didáctica, recibe un formación integral que lo prepara para enseñar. Eso es fundamental para luego conducir grupos de chicos, sabés a qué edades se les puede enseñar determinadas cosas, qué cosas podés hacer y qué no.
La contra, es que muchos clubes no pueden pagar un director técnico capacitado, entonces se termina poniendo al padre de un chico que se arrima al club porque juega el hijo, y encima algunos de esos padres jamás jugaron al fútbol. Ese pare podrá tener la mejor voluntad, pero la responsabilidad es del club. Hay gente que va buscando logros personales y llevan categorías enteras de club en club y la dirigen. Después, a fin de año se pelean con los dirigentes y se llevan a todos los chicos a otro club. Entonces, ¿De qué le sirve eso al club? Absolutamente de nada.
Cuando yo volví de Chile después de casi diez años de jugar allá, traje a mi hijo a jugar a Villa Argentina, jamás se me cruzó por la cabeza llevarlo a otro lado porque este es mi club. Al año siguiente, el entrenador se fue a otro lado y se llevó a todo el equipo, quedaron mi hijo y otro más. Eso no puede pasar en un club de barrio. Es necesario afirmarse en la idea de crear identidad, que los entrenadores sean del club y formen chicos que crezcan identificándose con el club. ¿De que te sirve traer a un tipo que cuando algo no le gusta o discute con algún directivo se lleva todo a otro club y te vacía una categoría? Eso no sirve de nada, causa un daño muy grave. A los chicos hay que inculcarles el amor por el club, no sólo por el equipo que integran sino por el club. Ese es el camino que hay que proponerse, porque esos son los pibes que el día de mañana van a bancar al club, van a seguir el proyecto del club. Villa Argentina debe tratar de que los chicos se identifiquen con el club porque dentro de veinte años esos chicos van a estar al frente del club continuando con la tarea que hoy están haciendo ustedes.

PV. Evidentemente, el rol que cumple un Club de barrio es mucho más trascendente que su participación en las competencias deportivas.
RT: Por supuesto, el trabajo de clubes como el nuestro es más complejo, o debería serlo. Deberían intentarse cubrirse incluso algunas falencias que el chico padezca en su habitat, falencias alimentarias, sanitarias, de vestimenta y calzado. Claro que no es nada fácil, pero no es imposible. Muchos chicos tienen en las horas que pasan en el club el mejor momento del día. En el club pueden aislarse de situaciones que lo acompañan a lo largo del día; carencias materiales y afectivas, situaciones de violencia o alta agresividad en el seno familiar, etc. Entonces ¿Cómo puede ocurrir que haya entrenadores que maltratan a ese pibe creyendo que lo pueden hacer jugar mejor de esa manera? ¿Cómo es posible eso, cómo no se tiene en cuenta la realidad en la que vive ese chiquito a la hora de tratarlo? Por eso es necesario tener una formación que permita aplicar los conocimientos a esas situaciones, para no agregar a la vida de esos chicos mayores cargas de angustia de las que ya traen.

PV: ¿Cómo lograr el equilibrio entre la participación en la competencia y el rol social de los clubes?
RT: Eso es lo más difícil. En los clubes de barrio, como ya lo dijimos antes, lo más importante no deben ser los resultados deportivos, el enfoque debe ser otro, lo primordial es que los pibes se identifiquen con la institución, que la sientan como propia, sacarlos de la calle y darles un lugar de contención.
Formar una mentalidad que intente ganar está bien, pero los resultados no deben condicionar otros aspectos de mayor importancia. El mensaje del club debe ser claro y ese mensaje debe dársele primero a los padres que creen que hay que ganar o ganar. El pibe lo que quiere es jugar a la pelota y a los pibes hay que hacerlos jugar. Los que se preocupan por si el club está en la A, en la B o en la E son los padres, no los chicos. Los chicos sólo asumen esa preocupación porque les llega de los mayores. Yo pienso que un chico que viene y entrena toda la semana, el sábado tiene que jugar. ¿Cómo incentivás a un pibe para que mejore algún aspecto si después le hacés sentir que no lo tenés en cuenta? Vos lo tenés toda la semana entrenando y el sábado lo ponés dos minutos. El daño que puede hacerse es muy grande.
Estamos hablando acá de clubes de barrio, en los que el factor social debe prevalecer. Cuando hablamos de Boca, River o Independiente, estamos hablando de otra cosa, porque el objetivo en esos clubes es formar futuros profesionales, eso es lo que prevalece. Allí los entrenadores trabajan con la premisa de que esos pibes sean en el futuro jugadores de primera división. La cantidad de chicos que llegan es muy grande y los clubes optan por los mejores, vos estás preparando pibes para la alta competencia, y los factores en juego son totalmente diferentes, no pueden equipararse con los clubes de barrio, en los que el aspecto social es lo primordial, es su razón de ser.
Los chicos no juegan al fútbol pensando en vivir de eso, eso en todo caso, empiezan a vislumbrarlo cuando ya están en una etapa más avanzada de su formación y en un nivel de competencia de alta exigencia. Los que a edades tempranas piensan en el fútbol como salida económica son los padres, y ese es el origen de las exigencias desmedidas.
Por eso es tan importante que el club ponga al frente de los grupos gente conciente, que lleve adelante esas políticas. Yo he visto técnicos en el baby fútbol que han puesto pibes faltando tres minutos y al minuto lo sacaban, eso es terrible, es para decirle al chico ¿Viste que entraste? El daño psicológico que le hacen a ese chico es muchas veces irreparable.
Para todo esto es importante el curso de técnico, brinda una formación básica sobre la que después uno debe seguir desarrollándose. Uno vive cometiendo errores, pero el problema es que a veces, creyendo hacer bien las cosas, se pueden cometer horrores, por desconocimiento o falta de capacitación. Esos horrores van a dañar a un chico en formación y eso es algo demasiado valioso. Por lo tanto, hay que prepararse responsablemente, hay que capacitarse permanentemente. los aspectos psicológicos, de entrenamiento físico, son muy importantes y no pueden dejarse de lado. Cuando uno está frente a un grupo de chicos está haciendo docencia. Estás formando pibes, nada menos, y eso es lo que hace que todo sea diferente.

Nota realizada por Carlos Romano y Pablo Isi para Prensa Verde (Noviembre 2008)

15 may 2009

Osvaldo Soriano: "Gallardo Pérez, referí."


Osvaldo Soriano transpiraba fútbol. Por donde se lo mire y en cuánto texto suyo se lea, el fútbol aparece con el olor del potrero más genuino; a veces asomado tras cualquier hendija; otras, como protagonista excluyente del relato, siempre delicioso, siempre pasional.
Al desgarro indescriptible que vivió en los años de dictadura militar, en los que debió partir al exilio, Soriano sumaba el dolor no menor, de sufrir océano por medio, las desventuras de su querido San Lorenzo de Almagro: " En el fútbol no se elige un ganador. Ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto, una carga que se arrastra en la vida con tanto desconcierto y orgullo como la de ser argentino."
Osvaldo Soriano nació en Mar del Plata en 1943, y murió en Buenos Aires un 29 de Enero de 1997.
Para los lectores de LUZ VERDE, subimos este texto maravilloso, donde el protagonista es el futbol y juega un papel central la figura más castigada de quienes están dentro de un cancha: el referí.

Gallardo Pérez, referí. (*)
Cuando yo jugaba al fútbol, hace más de veinte años, en la Patagonia, el referí era el verdadero protagonista del partido. Si el equipo local ganaba, le regalaban una damajuana de vino de Río Negro; si perdía, lo metían preso. Claro que lo más frecuente era lo de la damajuana, porque ni el referí, ni los jugadores visitantes tenían vocación de suicidas.
Había, en aquel tiempo, un club invencible en su cancha: Barda del Medio. El pueblo no tenía más de trescientos o cuatrocientos habitantes. Estaba enclavado en las dunas, con una calle central de cien metros y, más allá, los ranchos de adobe, como en el far-west. A orillas del río Limay estaba la cancha, rodeada por un alambre tejido y una tribuna de madera para cincuenta personas. Eran las "preferenciales", las de los comerciantes, los funcionarios y los curas. Los otros veían el partido subidos a los techos de los Ford A o a las cajas de los camiones de la empresa que estaba construyendo la represa.
Todos nosotros estábamos bajo el influjo del maravilloso estilo del Brasil campeón del mundo, pero nadie lo había visto jugar nunca: la televisión todavía no había llegado a esas provincias y todo lo conocíamos por la radio, por esas voces lejanas y vibrantes que narraban los partidos. Y también por los diarios, que llegaban con cuatro días de atraso, pero traían la foto de Pelé, el dibujo de cómo se hacía un cuatro-dos-cuatro y la noticia de la catástrofe argentina en Suecia.
Yo jugaba en Confluencia, un club de Cipolletti, pueblo fundado a principios de siglo por un ingeniero italiano que tenía un monumento en la avenida principal. Todavía las calles no habían sido pavimentadas y para ir al fútbol los domingos de lluvia había que conseguir camiones con ruedas pantaneras.
Confluencia nunca había llegado más arriba del sexto puesto, pero a veces le ganábamos al campeón. Muy de vez en cuando, pero le dábamos un susto.
Ese día teníamos que jugar en la cancha de Barda del Medio y nunca nadie había ganado allí. Los equipos "grandes" descontaban de sus expectativas los dos puntos del partido que les tocaba jugar en ese lugar infernal. Los muchachos de Barda del Medio, parientes de indios y chilenos clandestinos, eran tan malos como nosotros suponíamos que eran los holandeses o los suecos. Eso sí, pegaban como si estuvieran en la guerra. Para ellos, que perdían siempre por goleada como visitantes, era impensable perder en su propia casa.
El año anterior les habíamos ganado en nuestra cancha cuatro a cero y perdimos en la de ellos por dos a cero con un penal y piadoso gol en contra de Gómez nuestro marcador lateral derecho. Es que nadie se animaba a jugarles de igual a igual porque circulaban leyendas terribles sobre la suerte de los pocos que se habían animado a hacerles un gol en su reducto.
Entonces, todos los equipos que iban a jugar a Barda del Medio aprovechaban para dar licencias a sus mejores jugadores y probar a algún pibe que apuntaba bien en las divisiones inferiores. Total, el partido estaba perdido de antemano.
El referí llegaba temprano, almorzaba gratis y luego expulsaba al mejor de los visitantes y cobraba un penal antes de que pasara la primera hora y la tribuna empezara a ponerse nerviosa. Después iba a buscar la damajuana de vino y en una de ésas, si la cosa había terminado en goleada, se quedaba para el baile.
Ese día inolvidable, nosotros salimos temprano y llevamos un equipo que nos había costado mucho armar porque nadie quería ir a arriesgar las piernas por nada. Yo era muy joven y recién debutaba en primera y quería ganarme el puesto de centro delantero con olfato para el gol. Los otros eran muchachos resignados que iban para quedarse en el baile y buscar una aventura con las pibas de las chacras.
Después del masaje con aceite verde, cuando ya estábamos vestidos con las desteñidas camisetas celestes, el referí Gallardo Pérez, hombre severo y de pésima vista, vino al vestuario a confirmar que todo estuviera en orden y a decirnos que no intentáramos hacernos los vivos con el equipo local. Le faltaban dos dientes y hablaba a tropezones, confundiendo lo que decía con lo quería decir.
Le dijimos -y éramos sinceros- que todo estaba bien y que tratara, a cambio, de que no nos arruinaran las piernas. Gallardo Pérez prometió que se lo diría al capitán de ellos, Sergio Giovanelli, un veterano zaguero central que tenía mal carácter y pateaba como un burro.
Ni bien saludamos al público que nos abucheaba, el defensa Giovanelli se me acercó y me dijo: "Guarda, pibe, no te hagas el piola porque te cuelgo de un árbol". Miré detrás de los arcos y allí estaban, pelados por el viento, los siniestros sauces donde alguna vez habían dejado colgado a algún referí idealista. Le dije que no se preocupara y lo traté de "señor". Giovanelli, que tenía un párpado caído surcado por una cicatriz, hizo un gesto de aprobación y fue a hacerles la misma advertencia a los otros delanteros.
La primera media hora de juego fue más o menos tranquila. Empezaron a dominarnos pero tiraban desde lejos y nuestro arquero, el Cacho Osorio, no podía dejarla pasar porque habría sido demasiado escandaloso y nos habrían linchado igual, pero por cobardes. Después dieron un tiro en un poste y el Flaco Ramallo sacó varias pelotas al córner para que ellos vinieran a hacer su gol de cabeza.
Pero ese día, por desgracia, estaban sin puntería y sin suerte. Todos hicimos lo posible para meter la pelota en nuestro arco, pero no había caso. Si el Cacho Osorio la dejaba picando en el área, ellos la tiraban afuera. Si nuestros defensores se caían, ellos la tiraban a las nubes o a las manos del arquero.
Al fin, harto de esperar y cada vez más nervioso, Gallardo Pérez expulsó a dos de los nuestros y les dio dos penales. El primero salió por encima del travesaño. El segundo dio en un poste. Ese día, como dijo en voz alta el propio referí, no le hacían un gol ni al arco iris.
El problema parecía insoluble y la tribuna estaba caldeada. Nos insultaban y hasta decían que jugábamos sucio. Al promediar el segundo tiempo empezaron a tirar cascotes.
El escándalo se precipitó a cinco o seis minutos del final. El Flaco Ramallo, cansado de que lo trataran de maricón, rechazó una pelota muy alta y yo piqué detrás de Giovanelli, que retrocedía arrastrando los talones. Saltamos juntos y en el afán de darme un codazo pifió la pelota y se cayó. La tribuna se quedó en silencio, un vació que me calaba los huesos mientras me llevaba la pelota para el arco de ellos, solo como un fraile español.
El arquerito de Barda del Medio no entendía nada. No sólo no podían hacer un gol sino que, además, se le venía encima un tipo que se perfilaba para la izquierda, como abriendo un ángulo de tiro. Entonces salió a taparme a la desesperada, consciente de que si no me paraba no habría noche de baile para él y tal vez hasta tendría que hacerme compañía en el árbol de fama siniestra. Él hizo lo que pudo y yo lo que no debía. Era alto, narigón, de pelo duro, y tenía una camiseta amarilla que la madre le había lavado la noche anterior. Me amagó con la cintura, abrió los brazos y se infló como un erizo para taparme mejor el arco. Entonces vi, con la insensatez de la adolescencia, que tenía las piernas arqueadas como bananas y me olvidé de Giovanelli y de Gallardo Pérez y vislumbré la gloria.
Le amagué una gambeta y toqué la pelota de zurda, cortita y suave, con el empeine del botín, como para que pasara por ese paréntesis que se le abría abajo de las rodillas. El narigón se ilusionó con el driblin y se tiró de cabeza, aparatoso, seguro de haber salvado el honor y el baile de Barda del Medio. Pero la pelota le pasó entre los tobillos como una gota de agua que se escurre entre los dedos.
Antes de ir a recibirla a su espalda le vi la cara de espanto, sentí lo que debe ser el silencio helado de los patíbulos. Después, como quien desafía al mundo, le pegué fuerte, de punta, y fui a festejar. Corrí más de cincuenta metros con los brazos en alto y ninguno de mis compañeros vino a felicitarme. Nadie se me acercó mientras me dejaba caer de rodillas, mirando al cielo, como hacía Pelé en las fotos de El Gráfico.
No sé si el referí Gallardo Pérez alcanzó a convalidar el gol porque era tanta la gente que invadía la cancha y empezaba a pegarnos, que todo se volvió de pronto muy confuso. A mí me dieron en la cabeza con la valija del masajista, que era de madera, y cuando se abrió todos los frascos se desparramaron por el suelo y la gente los levantaba para machucarnos la cabeza.
Los cinco o seis policías del destacamento de Barda del Medio llegaron como a la media hora, cuando ya teníamos los huesos molidos y Gallardo Pérez estaba en calzoncillos envuelto en la red que habían arrancado de uno de los arcos.
Nos llevaron a la comisaría. A nosotros y al referí Gallardo Pérez. El comisario, un morocho aindiado, de pelo engominado y cara colorada, nos hizo un discurso sobre el orden público y el espíritu deportivo. Nos trató de boludos irresponsables y ordenó que nos llevaran a cortar los yuyos del campo vecino.
Mientras anochecía tuvimos que arrancar el pasto con las manos, casi desnudos, mientras los indignados vecinos de Barda del Medio nos espiaban por encima de la cerca y nos tiraban más piedras y hasta alguna botella vacía.
No recuerdo si nos dieron algo de comer, pero nos metieron a todos amontonados en dos calabozos y al referí Gallardo Pérez, que parecía un pollo deshuesado, hubo que atenderlo por hematomas, calambres y un ataque de asma. Deliraba y en su delirio insensato confundía esa cancha con otra, ese partido con otro, ese gol con el que le había costado los dos dientes de arriba.
Al amanecer, cuando nos deportaron en un ómnibus destartalado y sin vidrios, bajo la lluvia de cascotes, nuestro arquero, el Cacho Osorio, se acercó a decirme que a él nunca le habrían hecho un gol así. "Se comió el amague, el pelotudo", me dijo y se quedó un rato agachado, moviendo los brazos, mostrándome cómo se hacía para evitar ese gol.
Cuando se despertó, a mitad de camino, Gallardo Pérez me reconoció y me preguntó cómo me llamaba. Seguía en calzoncillos pero tenía el silbato colgando del cuello como una medalla.
-No se cruce más en mi vida -me dijo, y la saliva le asomaba entre las comisuras de los labios-. Si lo vuelvo a encontrar en una cancha lo voy a arruinar, se lo aseguro.
-¿Cobró el gol? -le pregunté. -¡Claro que lo cobré! -dijo, indignado, y parecía que iba a ahogarse- ¿Por quién me toma? Usted es un pendejo fanfarrón, pero eso fue un golazo y yo soy un tipo derecho.
-Gracias -le dije y le tendí la mano. No me hizo caso y se señaló los dientes que le faltaban.
-¿Ve? -me dijo-. Esto fue un gol de Sívori de orsai. Ahora fíjese dónde está él y dónde estoy yo. A Dios no le gusta el fútbol, pibe. Por eso este país anda así, como la mierda.

Osvaldo Soriano.

(*) El texto está incluído en "Cuentos de Fútbol argentino", con prólogo y selección del Negro Fontanarrosa.

10 may 2009

EVER BANEGA.

(Reportaje publicado en diario Olé - 09/05/09)

"Al hambre lo engañábamos con un mate"

Campeón de la Libertadores y campeón mundial juvenil, el volante del Atlético Madrid recuerda su origen, "el barrio marginado, los robos, la droga", y hasta va más allá: "Se habla de inseguridad, pero no es fácil criarse ahí". A pensar...
Sólo una luz se enciende, lejana, en el barrio del barro. Vigilando las calles de tierra, parpadea, o mejor guiña, sí, guiña, llamando las miradas de cada niño, que sólo sueñan, entonces, con ella. "Porque no hay mucho más que eso. Para muchos, en serio, es la única que queda". No, no hay mucho más que ese sol, esa ilusión en la noche de todos los días, "porque sí, bueno, alguno podrá estudiar, otros roban, muchos laburan, pero casi todos sueñan con esto: ser jugador de fútbol. Es la salida, la única forma. Yo sé, ponele, que muchos de mis amigos podrían haber estado en mi lugar, si yo no era el mejor del barrio...". El que habla, la voz lenta, siempre oscura, es Ever Banega, 20 años, campeón de la Libertadores con Boca, campeón mundial Sub 20 y campeón olímpico con Argentina, hoy en el Atlético Madrid. Goza el hombre de su historia, calco de muchas historias, pero entonces elige contar el revés de la trama, lo que no fue, "lo que hoy veo cuando vuelvo a Saladillo, mi barrio, y me encuentro con mis amigos de siempre, y me choca, ¿qué querés que te diga? Los veo rompiéndose el lomo por dos pesos, trabajando horas y horas sabiendo que podrían estar acá, como yo, que pude salir un poco más, pero bueno, no... encima algunos se quedaron en el camino, otros, eh, otros... bueno, la mayoría... no sé cómo decirlo... la mayoría está metida en cosas raras... Y nuestros sueños eran los mismos, ¿viste? Estar acá...". Y acá, entonces, el otro Ever, con Olé, antes de la gloria y la planchita.

-Cosas raras, dijiste. ¿Se pueden saber cuáles?
-Y... (silencio largo) en todo barrio marginado, ¿viste?, te metés en la droga, los robos. Ojo, muchos ahora trabajan, son padres, ya dejaron todo eso, pero... eh... A mí me hace mal hablar de este tema, es complicado, porque mis amigos hacían eso, conocí muchos chicos que como veían que no progresaban se metían en esas cosas. Bueno, yo también podría haber caído, ¿no? Es triste: el laburo no te asegura mucho, pocos estudian, y después tenés los que dicen: "Y bueno, como ya sé que me voy a cagar de hambre, listo, salgo a robar". Es la plata más fácil, ¿no?

-¿Podrías haber caído, Ever, o caíste?
-No, nunca, nunca. Nunca lo sentí, en realidad, por la educación de mi padre. Bueno, tampoco es que mis amigos me decían: "Dale, che, vamos a hacer esto...", nunca me pusieron un revólver en la cabeza. Si yo hubiese querido hacer algo, lo habría hecho, sí, pero por mí nomás. Tampoco es que robaban todo el tiempo, se mandaban sus macanas, sí, pero... o sea... Yo no los puedo juzgar... Mi primo hace poco pagó... eh, pagó... pagó una condena, y no tuvo nada que ver, y ahora salió, y está trabajando. Es difícil, muy difícil.

-¿Y cómo es saltar de un mundo marginado al de ahora, con tanto dinero, derroche, glamour?
-Yo sigo siendo un guacho, y me molesta cuando se habla con desprecio de barrios como el mío. Suelo estar con gente que tiene plata, que siempre tuvo mucha plata, y los escucho hablar de inseguridad, de nosotros, e intento explicarles lo difícil que es criarse ahí, así. Muchos de los que hablan mal de nosotros serían exactamente igual si se hubieran criado de la misma manera, así que... No todos tienen la misma suerte. Y aunque dependa de tu cabeza querer salir, progresar, primero te tienen que enseñar a querer eso. La importancia de los padres, ¿viste?

-Hace poco contaste en una nota a El País que te faltó comer barro...
-Con mi familia pasamos hambre, frío, y eso que mi viejo se rompía el lomo, ¿eh? La casa era chica, todos amontonados: lo normal. Y con la comida era así: si no había, no había, eso había que respetarlo. ¡Si nos habrán salvado los mates! Al hambre lo engañábamos con un mate...

-Pese a tu éxito, Ever, es triste que la única salida sea el fútbol.
-Pero en los barrios es así, y yo sigo siendo del barrio. Cuando empecé en Boca ya tuve que abandonar un poco ese ambiente, pero ahora vuelvo y charlo con los pibes, los aconsejo. Yo, aconsejando, je...

-Dijiste que no eras el mejor del barrio...
-Vos porque no sabés los jugadores que había, ¿qué voy a ser el mejor? Siempre jugábamos contra un barrio con el que nos separaba un puente. Una vuelta nos corrieron con mis hermanos, je, a piedrazos, por un pasillo. Habíamos jugado por la Coca y como no se quería pagar, bueno, hubo que correr un poquito.

-¿No quisieron pagar?
-No, ellos no nos quisieron pagar, si les ganamos. Les ganamos, no nos pagaron la Coca y tuvimos que correr. Una locura, ¿no?

8 may 2009

Norberto Ruso Verea y el fútbol infantil.

La nota que le hicimos a Norberto Verea para el pimer número de la revista Prensa Verde, hace ya más de un año, sigue teniendo la actualidad de entonces.
Las opiniones del Ruso, siempre enriquecedoras, suenan como un grito de alarma en este mundo tan hermoso y frágil como es el del fútbol infantil.
Para los que la leyeron en la revista y para los que no, acá va entonces la palabra de Norberto Ruso Verea, que siempre es una invitación a la relfexión.

Norberto Ruso VEREA
Arquero, conductor de radio, periodista, director técnico, hombre de rock, de fútbol, de barrio.
El Ruso Verea es un referente para los que ponen la pelota delante del negocio, y escucharlo siempre es un placer necesario.En esta charla, como siempre, Verea llama a las cosas por su nombre y deja en claro que desde aquel pibe que se guardaba las monedas del sandwich para seguir al Loco Gatti por todas las canchas, a este hombre escuchado, respetado y admirado, hay un hilo conductor que permanece inalterable: el Ruso es un hombre de bien, un tipo con códigos de barrio, es de esa gente a la que da gusto estrecharle la mano.

Pirucha abre la puerta de la casa de la calle Sarmiento y dice que el Ruso ya viene, y mientras esperamos, arranca con su catarata de anécdotas, fotos, recuerdos, que con entusiasmo juvenil va soltando uno tras otro. Y detrás de cada imagen va otra historia, y avanza otro relato que nos cautiva hasta estallar tras el remate desopilante. Cuando el Ruso entra de la calle, ya estamos plenos de vida, de fútbol, de tango, y ya entonces será imposible poder agradecer tanta calidez, tanta buena onda, tanta generosidad.

- Cuando nosotros llegábamos al Club queríamos divertirnos, compartir, crecer jugando al fútbol – dice el Ruso, y marca desde el comienzo una primera diferencia (y no menor) con el fútbol infantil de estas épocas. -
Es verdad que hoy hay grandes contras. No está la calle, casi no está la calle, el adoquinado, el tirar paredes con el cordón que hasta te daba la chance de ir mejo-rando la técnica, la viveza de aprender a poner el cuerpo porque estabas podrido de que en la pared con el cordón te dejaran pagando. Hoy, todo está más ligado a desarrollar en los pibes un entrenamiento mucho más parecido al que tiene un juvenil o aún un profesional. Por ende, ese punto de partida de venir a jugar, se desvirtúa totalmente, lo que menos hace el chico es jugar, desde muy temprano se lo somete al escarnio de la competencia y entonces pierde un concepto fundamental que es divertirse para crecer divirtiéndose.

- ¿Por qué se liga esta idea de divertirse con la de perder? Pareciera que para ganar hay que ser una máquina de nervios y que jugar disfrutando es sinónimo de derrota.
- Lo primero que debe quedarle claro al pibe es que nadie quiere armar máquinas de derrotas, que nadie quiere perder, pero cuando se compite, una de las cosas que enseña el competir es que hay tres resultados, y se puede ganar, empatar o perder.
Levantar la bandera de crecer divirtiéndose no quiere decir que desconozcamos otro de los aspectos que tiene todo esto del fútbol infantil y que es que el nene crezca desde el conocimiento del juego en lo mínimo, básico e indispensable, o sea, que si tiene que parar una pelota, pueda hacerlo y no se le vaya por debajo del pie. Todo eso está ligado al proceso en el cual un entrenador, más allá de enseñar los conceptos básicos para moverse en el campo de juego, debe empezar enseñando la idea de grupo, la solidaridad. El fútbol pensado desde la solidaridad es el que todos anhelan, claro que esto es un ideal, es el fútbol pensado a un toque, que para un nene es imposible porque hasta es demasiado complicado para profesionales.

- ¿Cuál es el papel que a tu entender debe jugar el entrenador en pibes de tan corta edad?
- Hay una cuestión que es clave: si el chico termina su proceso en el fútbol infantil harto de la presión, cansa-do, habiendo perdido ese concepto esencial de crecer diviertiéndose, sin haber jugado, sólo para convertir a su entrenador en un bobo que dice “Yo saqué campeón a la 58”, “Yo saqué campeón a la 64”, “Yo descubrí a Pepe”, “Yo, yo y yo”, pierde todo lo que tiene este juego de maravilloso, y el chico crece en la peor historia. La dirigencia elige a un entrenador porque piensa que es el indicado para hacer crecer a sus pibes, y esa dirigencia es la que se ocupa de que no falte la ropa, de que estén las pelotas, los elementos para trabajar, para que el chico se sienta cómodo; pero ¡ojo!, es fundamental que el nene sepa que eso no garantiza nada, podés estar bien vestido y tener todo el apoyo de la dirigencia y vas a futuro de tronco si tenés un mal entrenador o padres que están enloquecidos y vuelcan sus frustraciones en un campo con chicos que quieren jugar.

- Los padres en el fútbol infantil: todo un tema...
- Yo siempre dije que antes de entrenar a los pibes, hay que entrenar a los padres; a los pibes hay que dejarlos jugar. Los entrenadores no deben dejar de crecer en su conocimiento, no sólo en cuestiones técnicas o del juego, deben lograr que toda esa técnica individual que se le enseña a los pibes esté siempre en pos del jugar. Podemos trabajar todos los días de la semana en técnica individual, pero si después en la competencia, hacemos que el arquero se la tire al más grandote para que el más grandote la cabecée y ganemos con 10 goles del grandote y los que juegan a los costados no la tocan nunca, y el del medio la ve pasar por arriba, todo lo que hicimos en técnica individual en el trabajo de la semana no sirvió para nada. Porque no hay mayor posibilidad de crecimiento que la competencia, entonces desarrollar la competencia tiene que ver con desarrollar los fundamentos que vos diste de técnica individual a lo largo de la semana.

- Un tema delicado, ya que hablamos de la competencia, es el de los pibes que no juegan o juegan muy poco.
- Ese es otro aspecto importantísimo. El pibe que no juega es el que se tiene que sentir más apoyado, es con el que más hay que hablar, con el que hay que tener una relación de más yunta, porque ese pibe es el que se vuel-ve a la casa con la frustración de decir “no me ponen”, es el pibe que va a sufrir las consecuencias de un padre que le diga “no vayas más, si sos malo...”, lo que hay que tratar de lograr que nunca pase, o está el padre que lo lleva saltando de club a club o que le va a pedir explicaciones al entrenador de por qué no juega, y ahí está el otro problema: ¿Por qué no juega? Y entonces volvemos al principio: no juega porque “yo quise sacar campeón a la quinta, a la sesenta y nueve o a la dos mil cuatro.”

- Hay un mensaje nefasto con el que se nos bombardea todo el tiempo, el de clasificar a las personas en “ganadores” y “perdedores”, como si la vida toda fuera una competencia de todos contra todos, donde lo único importante es ganar a cualquier costo.
- Ese mensaje oficial es muy perverso: el que gana existe y manda, y el que no gana no existe. las competencias están armadas de una manera donde el gran negocio, aún siendo pibes, termina siendo más importante que el desarrollo y el crecimiento de los chicos, porque pibes hay muchos y porque padres con la ilusión de salvar con el pibe un futuro que ellos no pudieron conseguir, entregan a los pibes a toda esta máquina, que en muchos casos es una máquina perversa.

- Esa competencia, donde la presión es muy grande para pibes tan chicos, ¿Cómo incide luego cuando éste llega a juvenil a profesional?
- Esa es otra parte del problema: no se puede dejar de reconocer que el nivel de competencia al cual el pibe se ve sometido desde muy chico, es el que le va entregando el plus para después ser lo que es en juveniles o en primera. Lo que pasa es que todavía no hemos encontrado el balance entre lo que es realmente importante y lo que la competencia necesita de eso que es verdaderamente importante.
Para ser entrenador de pibes hay que estar muy preparados, asumir que es una responsabilidad muy grande y que el entrenador no es el que junta la ropa o guarda la pelota.
Las Comisiones Directivas debieran plantearse objetivos en la formación de sus infantiles y el entrenador que designen debe llevar adelante esos objetivos.
A veces es preferible perder un partido que perder un grupo. Los entrenadores gritan, los padres gritan, y el pibe guarda todo, algunos revientan en llanto, otros lo procesan de otra manera.
El peor entrenador es el que pierde pibes por cansancio, el que lleva a un pibe a decir “no juego más”. O sea, en los momentos donde el pibe más tiene que querer jugar, donde empieza a crecer, para ser competitivo, vos perdiste los jugadores. Si nos pasa esto es porque estamos decididamente mal.
Entrenar nenes de esas edades es muy difícil, y una cosa que muy pocos tienen en cuenta es el descanso, y el descanso es parte del entrenamiento.

- ¿Cuáles son los errores más notorios en los que se suele caer en los entrenamientos de infantiles?
- Si el entrenador no está preparado, se puede caer en errores muy grandes, porque se tiende a imitar cual-quier cosa que se ve por ahí sin tener en cuenta las diferencias; lo ven a correr a Guillermo con un paracaídas en la espalda y dicen “¿Por qué no les ponemos un paracaídas en la espalda?”, lo ven a Palermo hacer sentadillas y dicen “Debe saltar así porque hace sentadillas”,
y así...
Por eso pienso que si un club quiere hacer las cosas seriamente tiene que tener por lo menos un fisiólogo y un deportólogo, para manejar correctamente estos conceptos, porque sino seguiremos cometiendo errores y perdiendo el concepto de juego, cada vez hay menos circuito de juego, cada vez se corre más, se grita más, se pelea más y se juega menos.

- En este “cada vez se juega menos”, ¿cuánta influencia tiene la idea de que todos deben marcar, de que no hay más jugadores con la libertad suficiente para dedicarse a crear?
Cuando encontramos a alguien que juega bien, lo primero que hacemos es tratar de someterlo al esquema en vez de pensar adonde la libertad de ese jugador nos puede a nosotros desarrollar y convenir en el juego del equipo. Una cosa es Maxi Morales libre, y otra es recostado sobre el carril izquierdo, preocupado porque no le ganen la espalda y por ganar la zona por cubrir, ahí ya es otro jugador.
Esto es clave: cuando uno, en el fútbol infantil, hace estas cosas, no está asumiendo riesgos, está haciendo correr riesgos a los chicos en el desarrollo y en el momento clave de ese desarrollo.

- La presión por el resultado, y sobre todo en edades tan cortas, anula la posibilidad de disfrutar jugando. Los partidos se terminan sufriendo...
-Claro. Y ojo, no estoy diciendo que los pibes lleguen, se pongan la camiseta y “salgan y diviértanse” y se comen setenta y cinco goles, nadie está hablando de que el dos tiene que salir jugando todos los tiros ni que haya que reventarla, pero acordémonos de las veces que dijimos “sacala” o “pateala a cualquier lado” en vez de “jugá”. Cuando vos juntás eso en tu cabeza y lo conceptualizás, te vas a dar cuenta que tu mensaje es cada vez más, mucho más grave de lo que parece ser y entonces ahí hay que invitar a la reflexión a todos los que entrenan jugadores, sobre todo en esas edades.

- Una vez más, tu comentario lleva a plantearse que tan nociva puede ser la presión desmedida de los padres que quieren que su hijo sea el jugador perfecto.
- Y si, los padres son un tema. Una vez escuché a un entrenador de pilotos de autos de competición que dijo “en la Argentina tendríamos muchísimos más mejores pilotos de los que tenemos si los nenes me llegaran huérfanos.” La frase, si bien es durísima, no deja de ser una gran definición sobre este tema.

- Para muchos el mensaje de “ganar como sea” está por encima de cualquier cosa.
- El concepto de ganar como sea nadie lo puede explicar, porque no tiene explicación posible. La idea de la trampa instalada como viveza ¿Nos gusta o no nos gusta? Si me conviene la hago y si me la hacen a mi protesto.

- Ruso: te agradecemos enormemente la generosidad con que nos recibiste y te pedimos una reflexión final para todos los que de una u otra manera estamos ligados a este mundo tan hermoso y delicado como es el del fútbol infantil.
- Hay cuatro conceptos básicos: marcar para recuperar, de recuperar jugar, de jugar ir a la gestación y final-mente llegar a la definición. De esos cuatro conceptos, pensemos cuáles son los que están más desarrollados y entonces nos vamos a dar cuenta por qué se nos quiebra la pata de la mesa.
El punto es el vínculo que tenemos nosotros con una realidad que es exasperante, y desde ese lugar, todos estamos sometidos a la peor parte, pero también somos todos muy cómodos, porque es más fácil responder “¿Y que querés que haga?”
Asumamos esto: hagamos jugadores, hagamos compañeros, hagamos pibes responsables, pibes que crezcan en la felicidad de jugar, jugar y jugar.
Jugar es mucho más difícil que no jugar, que intentar que no jueguen, lo más fácil que hay es destruir, lo más difícil es construir. Asumir esos riesgos y esa responsabilidad es parte del desafío que tenemos como entrenadores, y aparte de eso, nosotros estamos construyendo pibes nuevos, vida nueva, y lo peor que le puede pasar a un pibe es que tenga el pensamiento de un viejo, y hoy hay muchos pibes que piensan como viejos
Entonces: primero preparate, después asumí el riesgo, no dejes nunca de estar actualizado, ponelo en práctica desde tu conocimiento, desde tu personalidad, desde tu capacidad, y fundamentalmente sostené la idea, porque siempre dije que si un equipo de fútbol es una idea, un club es un estilo de vida
.

Reportaje exclusivo a Norberto Verea para Prensa Verde N° 1. Abril de 2008.
Por Carlos Romano y Pablo Isi.