22 dic 2009

EL MARACANAZO


Después de la suspensión de los Mundiales de fútbol a raíz de la Segunda Guerra Mundial, la FIFA retomaba su máximo evento, organizando en Brasil el Cuarto Mundial de la historia en el año 1950.

Uruguay había sido sede y campeón en 1930, Italia repitió ambas condiciones en 1934, y logró el bicampeonato en Francia en 1938.
Doce años después, el partido final del Mundial de Brasil iba a ser protagonizado por los dos mejores equipos del momento: el país anfitrión y el seleccionado uruguayo.

La fase  final que determinaría al campeón era una ronda de cuatro equipos a jugar todos contra todos. Los locales habían apabullado a Suecia (7 a 1) y a España (6 a 1), mientras los celestes llegaban con un punto menos, ya que habían empatado con España (2 a 2) y habían vencido a Suecia (3 a 2) angustiosamente, dando vuelta el encuentro en los últimos 13 minutos.

Según los datos oficiales de FIFA, el encuentro final en el Estadio Maracaná el 16 de Julio de 1950 fue presenciada por la increíble cantidad de 174.000 espectadores.

Al local le alcanzaba con el empate para consagrarse campeón, pero los antecedentes lo instalaban como gran favorito, y desde muy temprano, la fiesta estaba preparada para que el equipo de Flavio Costa festejara a lo grande. Los únicos que no se enteraron de eso, fueron los uruguayos...

Uruguay había llegado a la ronda final ganando un único partido, por 8 a 0, con el seleccionado boliviano. Después de eso, los resultados comentados antes, hablaban de una sufrida y ajustada clasificación.
A pesar de ese amplio favoritismo, el primer tiempo finalizó cero a cero.  La tradicional garra charrúa se oponía al juego brillante de los locales y ninguno pudo desnivelar.

En la segunda parte, a apenas 2' de reiniciado el juego, Friaca pone en ventaja a Brasil, desatando la alegría de todo el estadio que ya deliraba a cuenta.Sin embargo, a los 21', Schiaffino igualaba el marcador, poniendo un manto de suspenso a la gran final, que pronto fue dando paso a las dudas y el nerviosismo de hinchas y jugadores brasileños. Esos nervios se multiplicaron cuando a los 34', Ghiggia marcó el 2 a 1, dejando al estadio en un silencio espeluznante.

Carlos Solé, uno de los tres periodistas charrúas que cubrieron la final, relataba así el gol de la victoria:
"...La para Míguez y apoya Julio Pérez. Se va delante Julio Pérez con la pelota esperando que se cruce Ghiggia. Julio Pérez sigue atacando. Pérez a Ghiggia. Ghiggia a Pérez. Pérez avanza, le cruza la pelota a Ghiggia. Ghiggia se le escapa a Bigode. Avanza el veloz puntero uruguayo. Va a tirar. Tira. Goool, goool, goooool, goooooool uruguayo. Ghiggia tiró violentamente y la pelota escapó al contralor de Barboza. A los 34 minutos, anotando el segundo tanto para el equipo uruguayo. Ya decíamos que el gran puntero derecho del conjunto oriental estaba resultando la mejor figura de los uruguayos. Se escapó de la defensa brasileña. Tiró en acción violenta. La pelota rasante al poste escapó al contralor de Barboza y anotó a los 34 minutos Ghiggia el segundo tanto para Uruguay. Uruguay 2 Brasil 1. Autor del tanto Ghiggia a los 34 minutos..."




El gol de Ghiggia que le da el campeonato a Uruguay. Los defensores brasileños no lo pueden creer...

Para los brasileños, la derrota fue una tragedia nacional. La gente salía del estadio en un silencio sepulcral, en una desgarradora escena de llantos y desconsuelo.
Jules Rimet, presidente de la FIFA, había ingresado a las dependencias interiores del estadio poco después del gol de Brasil, para preparar su discurso, que hablaba maravillas del seleccionado brasileño, dando por descontado que la copa quedaría en Brasil.
Cuando volvió a salir al estadio, sólo los uruguayos estaban en la cancha, celebrando enloquecidos lo que noventa minutos antes era un sueño casi imposible.

Los héroes uruguayos del Maracanazo. Aquel día Uruguay jugó con Roque Máspoli, Mathías González, Eusebio Tejera, Schubert Gambetta, Obdulio Varela, Rodríguez Andrade, Alciede Ghiggia, Julio Pérez, Oscar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Morán. Juan Lòpez era el DT.

La gente en Uruguay salió a las calles a festejar, y los jugadores fueron héroes nacionales, desde aquel día y para siempre.
Tal fue la profundidad de la herida, que nunca más en la historia, Brasil jugó con camiseta blanca. Allí nacio la tradicional verde-amarela que hoy es un símbolo del fútbol mundial.
De los cinco mundiales siguientes, Brasil ganaría 3 (1958; 1962 y 1970) quedándose para siempre con la Copa Jules Rimet.

La bellísima copa Jules Rimet que Brasil obtuvo definitivamente en México 1970, al consagrarse campeón por tercera vez.

Así lo cuenta el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro "El fútbol a sol y sombra":

Nacía la televisión en colores, las computadoras hacían mil sumas por segundo, Marilyn Monroe asomaba en Hollywood. Una película de Buñuel, Los olvidados, se imponía en Cannes. El automóvil de Fangio triunfaba en Francia. Bertrand Russell ganaba el Nobel. Neruda publicaba su Canto general y aparecían las primeras ediciones de La vida breve, de Onetti, y de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz.
Albizu Campos, que mucho había peleado por la independencia de Puerto Rico, era condenado en Estados Unidos a setenta y nueve años de prisión. Un delator entregaba a Salvatore Giuliano, el legendario bandido del sur de Italia, que caía acribillado por la policía. En China, el gobierno de Mao daba sus primeros pasos prohibiendo la poligamia y la venta de niños. Las tropas norteamericanas entraban a sangre y fuego en la península de Corea, envueltas en la bandera de las Naciones Unidas, mientras los jugadores de fútbol aterrizaban en Río de Janeiro para disputar la cuarta Copa Rimet, después del largo paréntesis de los años de la guerra mundial.
Siete países americanos y seis naciones europeas, recién resurgidas de los escombros, participaron en el torneo brasileño del 50. La FIFA prohibió que jugara Alemania. Por primera vez, Inglaterra se hizo presente en el campeonato mundial. Hasta entonces, los ingleses no habían creído que tales escaramuzas fueran dignas de sus desvelos. El combinado inglés cayó derrotado ante los Estados Unidos, créase o no, y el gol de la victoria norteamericana no fue obra del general George Washington sino de un centrodelantero haitiano y negro llamado Larry Gaetjens.
Brasil y Uruguay disputaron la final en Maracaná. El dueño de casa estrenaba el estadio más grande del mundo. Brasil era una fija, la final era una fiesta. Los jugadores brasileños, que venían aplastando a todos sus rivales de goleada en goleada, recibieron en la víspera, relojes de oro que al dorso decían: Para los campeones del mundo. Las primeras páginas de los diarios se habían impreso por anticipado, ya estaba armado el inmenso carruaje de carnaval que iba a encabezar los festejos, ya se había vendido medio millón de camisetas con grandes letreros que celebraban la victoria inevitable.
Cuando el brasileño Friaça convirtió el primer gol, un trueno de doscientos mil gritos y muchos cohetes sacudió al monumental estadio. Pero después Schiaffino clavó el gol del empate y un tiro cruzado de Ghiggia otorgó el campeonato a Uruguay, que acabó ganando 2 a 1. Cuando llegó el gol de Ghiggia, estalló el silencio en Maracaná, el más estrepitoso silencio de la historia del fútbol, y Ary Barroso, el músico autor de Aquarela do Brasil, que estaba transmitiendo el partido a todo el país, decidió abandonar para siempre el oficio de relator de fútbol.
Después del pitazo final, los comentaristas brasileños definieron la derrota como la peor tragedia de la historia de Brasil. Jules Rimet deambulaba por el campo, perdido, abrazado a la copa que llevaba su nombre:
Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y se la entregué casi a escondidas. Le estreché la mano sin decir ni una palabra.
En el bolsillo, Rimet tenía el discurso que había escrito en homenaje al campeón brasileño.
Uruguay se había impuesto limpiamente: la selección uruguaya cometió once faltas y la brasileña, 21.



La maravilla de las pasiones que el fútbol despierta, puede analizarse de mil maneras diferentes, pero tal vez el secreto esté en la frase que hace pocos días dijo el Maestro Bielsa en El Salvador:

"EN EL FÚTBOL NO SIEMPRE GANA EL TODOPODEROSO"
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