5 jun 2012

TRIPLE PE, EL ELEGIDO.



Hay hombres que nacen marcados por la naturaleza. Gente que uno la ve, y dice: este  sale boxeador… o futbolista… o bailarín… Dotados. Tocados por la varita mágica,  señalados por el destino.

Así pasó con Pedro Pablo Peralta, protagonista de esta historia.

Desde sus primeros pasos, y aún antes, Pedrito demostró la impresionante habilidad de la pegada. Perfilaba el cuerpo, ya desde chiquito, y le entraba al balón con una técnica sólo reservada para los elegidos. El cuerpo en ángulo obtuso con el suelo, brazo derecho erguido señalando el cielo, brazo izquierdo horizontal regulando el equilibrio, y el empeine endiablado, casi un guante, entrando como daga, acariciando el cuero en estocada fina y amorosa.

Apenas iniciada su precoz carrera en el baby fútbol, “Triple P” era el hombre de la pelota parada. Corners, tiros libres, penales, piques; cada pitazo era la señal para el próximo toque mágico de su pie derecho que desembocaba en el festejo, o en el Uuuuuh prolongado de su gente.

Pedro asumió desde siempre ese rol, ese lugar de privilegio. Con la serenidad y la responsabilidad de los distintos, se ponía al hombro los clásicos en cada lanzamiento. Donde ponía la vista, iba la pelota.

Ya en inferiores era el inicio de toda jugada preparada. De su botín salían el centro justo para la cabeza de los lungos, el pelotazo a espalda de los centrales rompiendo los orsay, la diagonal punzante para la entrada por sorpresa de los volantes que perforaban cualquier esquema. Pedro Pablo, parado en el círculo central, era la usina generadora que sueña todo entrenador, y el objetivo señalado de los marcadores rivales para maniatar todo intento ofensivo.

Sin embargo, como a veces sucede con los iluminados, Triple Pe no descansaba sobre su ADN. Vivía puliendo su magia. Se quedaba horas después de cada entrenamiento pegándole por arriba de las figuras de madera y buscando los ángulos con todas las variantes posibles; al primer palo con comba cerrada, al segundo con cara interna, tres dedos por afuera de la barrera, o pique sutil para la entrada del nueve.

Acumulaba horas perfeccionando una técnica que cada día se hacía más perfecta.

Así llegó a las manos del viejo Antonio Lema, veterano maestro de juveniles que en los terrenos de Casa Amarilla vio por primera vez a ese mago llamado Pedro Pablo Peralta, Triple Pe.

Cuando Don Antonio lo vio clavando un misil de emboquillada casi desde mitad de cancha, pensó que toda su vida, todos esos años de darle y darle a la pelota enseñando, depurando, corrigiendo, habían sido sólo para llegar a ese momento, en el pináculo de sus conocimientos, dando el último toque a esa joya en bruto que el destino ponía delante de sus ojos.

El Viejo Lema empezó a dedicarse a Pedro cada vez más, hasta llegar a hacerlo casi por completo. Buscaba el detalle mínimo, la medida milimétrica, el perfil perfecto para hacer de su discípulo el más grande de todos los tiempos. La obsesión fue ganando espacio en su vida, llegando a postergar funciones esenciales en pos de dedicar más tiempo y más espacio a ese regalo que la vida le había puesto enfrente en los últimos avatares de su exitosa carrera docente.

Así fue que Antonio Lema, luego de doce días ininterrumpidos de revisar una y mil veces, videos de Nelinho, Zico, Platini, Francescoli, Maradona y todo cuanto pegador hubiera existido en la historia del  fútbol, fue encontrado muerto en la salita de audiovisuales que supo hacer construir Don Antonio Alegre, detrás del codo de Brandsen y Filiberto.

Triple Pe podía creerlo. Su maestro, el hombre con el que había compartido más horas que con su propia familia, lo dejaba en plena curva ascendente de su búsqueda de la perfección, en plena construcción del punto más alto de la física aplicada al deporte.

Lo empezó a soñar a Don Antonio noche tras noche:

-         Busque la mano cambiada del arquero, Pedrito…
-         Acaricie… acaricie la pelota, no le pegue…
-         Apunte con los hombros y busque la curva…

Cada noche, Don Antonio seguía hablándole a Pedro en sueños, repitiendo conceptos, remarcando ideas,  reafirmando aciertos y corrigiendo los pequeños errores, camino al diez absoluto.

Así eran los días… el Maestro enseñaba sin estar y horas después Pedrito aplicaba sobre el verde césped las palabras sabias.

Y como siempre ocurre en la vida de los genios, en algún momento un click, un golpe de suerte, marca un antes y un después, un día “D” que cambia el rumbo para siempre convirtiendo la virtud en milagro y el talento en magia.

Aquella noche de tormenta, Pedro Pablo no podía dormir. Daba vueltas y vueltas sobre las sábanas azuldoradas y los ojos seguían abiertos como lámparas y rojos como fuego. Ya entrada la noche, desde la oscuridad de la ventana que daba a la Avenida Patricios, un rayo fulgurante seguido de un trueno aterrador, asomó al cuarto insomne de Triple Pe, que escuchó bajar el vozarrón divino:

-         En las bravas, nunca asegure al medio Pibe,  eso déjeselo a los picapiedras, usté apúntele al ángulo,  donde se juntan los palos… ningún arquero llega ahí… Los grandes definen así…

Y después… el silencio absoluto. La calma intimidante. La nada.

Pedro despertó varias horas después, aún aturdido por el trueno y la aparición  inexplicable. Una y otra vez el vozarrón golpeaba dentro de su cráneo:

-         Al ángulo, pibe… ningún arquero llega…
-         Donde se juntan los palos…
-    A-lo-gran-de!

Y ahí fue Pedro, bolsito en mano, después del entrenamiento, con su bolsa de pelotas en la entrada del área grande. Clank! En el vértice izquierdo. Clank! En el ángulo opuesto. Clank! Clank! Clank! Cada pelota volaba en comba angelical hasta caer besando la soldadura donde palo y travesaño se juntan en un punto soñado.

Una y otra vez, el pelotazo de Triple Pe despertaba a las arañas causando la admiración de los curiosos que se juntaban a admirarlo.

Pedro seguía ensimismado en su viaje místico, con la seguridad de los que se saben portadores de una verdad única, pero con la humildad de los que aceptan ser mensajeros de una voz superior.

Encerrado en su luz, su figura fue creciendo tanto como el misterio de su vida interior. Sin haber debutado aún en la primera, fue tentado por los más encumbrados apóstoles de las ciencias de la comunicación. Chiche Gelblung, Mauro Viale, Anabella Ascar, Nelson Castro y  Marcelo Bonelli intentaron sin éxito llevarlo a sus programas. Pedro se mantenía en sus trece, y a través de sus allegados acercaba una cordial pero firme negativa.

Así pasaron los meses hasta que llegó aquel el día.

Después de racha incomprensible en la que llevaba quince meses sin convertir en las divisiones inferiores, Pedro Pablo Peralta salía entre los suplentes de la Primera división. Llevaba una seguidilla de ciento cuatro tiros en el travesaño que era difícil de creer, pero que a esta altura parecía interminable.

A pesar de los consejos de entrenadores, colegas y amigos, Pedro mantenía su silencio y su extraña contundencia a la hora de clavarla en los vértices de cuanto arco se cruzara en su camino. Ante cada tiro libre, o penal a su favor, los rivales se le acercaban a la voz de Clank, Clank, Clank…

Sin embargo, nadie se atrevía a pedirle a Triple Pe que dejara el lugar a otro. El afán de que convirtiera para destrozar la maldición era más fuerte que cualquier otra cosa, y la secreta convicción de que cuando entrara una, entraban todas…

Como tantas veces ocurre con los elegidos, Pedro salió a la cancha por primera vez en el clásico de siempre. Décadas de históricos enfrentamientos antecedían a esta tarde inolvidable en la que Pedro pisaba por primera vez la alfombra vegetal de la Bombonera de Buenos Aires. Una semana de lluvias y tormentas anunciaban un clásico jugado al límite, de pierna fuerte y dientes apretados. A la hora del inicio, el agua caía a baldazos y con los primeros minutos de juego, el fango iba cubriendo el campo de juego en toda su extensión.

Así transcurrieron los minutos, con despejes de puntín y barridas desafiantes con los botines como lanzas. La guapeza hecha bandera, en “un clásico casi borgiano, si se permite la paradoja” describía Víctor Hugo.

Y así llegó aquel momento. La hora H del día D, que cruzan los señalados. El hito que marca para siempre un futuro de gloria o Devoto, como decían los viejos.

Para Pedro Pablo Peralta, Triple Pe, esa hora y ese día fue a los cuarenta minutos del segundo tiempo, cuando en un clásico que marchaba hacia un cero a cero inamovible, que clausuraba las chances de ser campeones, el Profe Salas pronunció las palabras mágicas: “Venga pibe, a ver si me lo gana…”

El corazón de Triple Pe ni se inmutó. Pedro Pablo Peralta dejó de precalentar con el resto de los suplentes, y con su parsimonia habitual desabrochó la campera Nike y se paró al costado del cuarto árbitro esperando la detención del juego.

El espectáculo que era paupérrimo en la cancha, brillaba en las tribunas eufóricas, sabedoras de estar viviendo un momento único. El Oleee, oleee oleee oleeee… Pedrooo… Pedrooo era atronador. Bajaba de las gradas y penetraba las raíces del maltratado césped conmoviendo los cimientos de la histórica estructura de cemento que tantos ídolos había visto pasar.

-         Ni en la despedida de Hrabina vi así esta cancha…
-         Mirá nene… que esto nunca en tu vida te lo vas a olvidar…

Los hinchas morían por Triple Pe que todavía no había jugado un solo minuto en primera. Pedrito había nacido ídolo, porque los ídolos nacen… vienen con ese qué se yo debajo del brazo y nada ni nadie puede contra eso…

Los ídolos son ídolos por mandato del destino, y su vida parece escrita por un novelista genial que paso a paso va dibujando una escalera de ensueño. Y eso estaba pasando con Triple Pe Peralta…

Esa pluma misteriosa que escribe la vida de los genios, brilló como nunca en ese confuso borbotón de piernas en el borde del área y la pelota al cielo, en una escena de película, cortada por el silbato del árbitro y el índice de la mano derecha señalando el punto exacto de la falta. Explosión en las tribunas, tiro libre en el borde del área con el tiempo cumplido, y Triple Pe en la cancha para consagrarse definitivamente y dejar atrás esa seguidilla interminable de travesaños y palos. Si había un día soñado para ingresar al altar de los dioses xeneixes, era este, sin duda.

-         Que le pegue el pibe – ordenó  Salas con autoridad.

Y allí fue Pedrito… pelota bajo el brazo, con su andar elegante e inmutable frente a los insultos y las amenazas de los tremendos defensores riverplatenses.

- Así que vos sos el que se movía al Viejo Lema pibe?- intentó con filosofía bilardiana el Carnicero Godoy desde su aplomada veteranía.
            - Nene, si lo errás te van a degollar…- probó el Laucha Morete, sin tanta sutileza.

Pero el pibe no arrugaba. Con mirada casi ausente acomodó la pelota, se subió las medias y descontó los pasos de carrera sabiendo que era su momento. Todo era en cámara lenta, como en los sueños, como en los combates de Gatica que mostraba Favio… Los hinchas desenfrenados con las venas hinchadas y los ojos salientes, los puños en el aire o los ojos tapados esperando el grito… Lenta imagen, sonido pesado y gutural…

-         Qué vas a hacer Triple Pe? Le vas a dar al palo o la vas a meter? – preguntaba Marcelo Araujo desde los micrófonos de la Televisión Pública.
-         Metela nene, metela…- opinaba el Bambino desde Radio Diez.
-         No la va  a meter y todo va a estallar, el país se está hundiendo y esta es otra maniobra de los Kirchner para entretenernos - comentaba Lilita Carrió entrevistada por Luis Majul desde Punta del Este.

Y ahí fue Pedro… ajeno a todo. Camiseta veinte fuera del pantalón, con la cara manchada por el barro, bajo la lluvia demoledora del otoño porteño. El Goooooooooooo de la hinchada se sostenía en el aire. Pedro elevó la vista y calculó el viento, y ese fue el momento… Un resplandor enceguecedor estalló en el cielo y el rostro inconfudible de Don Antonio Lema se dibujo entre los nubarrones. Sonriente, confiado, con el gesto paternal de siempre… el Maestro volvió a hablar:

-         Al ángulo nene, donde se juntan los palos… Nadie llega ahí…

Pedro miró a su alrededor, todos lo miraban, nadie parecía haber visto y escuchado lo que él, pero Triple Pe sintió que una energía poderosa invadía cada célula de su cuerpo ahora tembloroso. Cerró los ojos y arrancó esa carrera interminable de siete pasos hacia la pelota: cuerpo en ángulo, brazos en equilibrio, mentón apuntando… caricia del empeine mágico, y la pelota volando entre las gotas frías.
Miles de miradas la siguen, los jugadores de la barrera giran sus cabezas ya superadas por el disparo, el vuelo del arquero y el brazo cambiado estirado hasta la impotencia. Gira y gira sobre si misma dibujando la parábola exacta, perfecta, en trayectoria calculada en horas de entrenamiento. El mundo se detiene en ese viaje interminable hasta que el ruido final rompe el silencio:  Clank!!!

Travesaño y afuera…

Estalla la visitante que redobla el eco cuando Laverni  pita el final. Se acabó el sueño dorado de la mitad más uno… Lluvia y llanto se unen en un único manto de decepción que no tiene consuelo…

A un nuevo rayo, aún más poderoso que el anterior, le sigue el trueno y la imagen, ya menos borrosa de Don Antonio Lema, ahora de cuerpo entero dibujada en el cielo oscuro…

- Gracias pibe… - dice el Maestro… y a su lado, sonrientes, otros también agradecen…

Pedro no los reconoce…  Son Labruna, Pedernera, Moreno, Lousteau…