Hay
hombres que nacen marcados por la naturaleza. Gente que uno la ve, y dice:
este sale boxeador… o futbolista… o
bailarín… Dotados. Tocados por la varita mágica, señalados por el destino.
Así pasó
con Pedro Pablo
Peralta, protagonista de esta historia.
Desde
sus primeros pasos, y aún antes, Pedrito demostró la impresionante habilidad de
la pegada. Perfilaba el cuerpo, ya desde chiquito, y le entraba al balón con
una técnica sólo reservada para los elegidos. El cuerpo en ángulo obtuso con el
suelo, brazo derecho erguido señalando el cielo, brazo izquierdo horizontal
regulando el equilibrio, y el empeine endiablado, casi un guante, entrando como
daga, acariciando el cuero en estocada fina y amorosa.
Apenas
iniciada su precoz carrera en el baby fútbol, “Triple P” era el hombre de la
pelota parada. Corners, tiros libres, penales, piques; cada pitazo era la señal
para el próximo toque mágico de su pie derecho que desembocaba en el festejo, o
en el Uuuuuh prolongado de su gente.
Pedro
asumió desde siempre ese rol, ese lugar de privilegio. Con la serenidad y la
responsabilidad de los distintos, se ponía al hombro los clásicos en cada
lanzamiento. Donde ponía la vista, iba la pelota.
Ya en
inferiores era el inicio de toda jugada preparada. De su botín salían el centro
justo para la cabeza de los lungos, el pelotazo a espalda de los centrales
rompiendo los orsay, la diagonal punzante para la entrada por sorpresa de los
volantes que perforaban cualquier esquema. Pedro Pablo , parado en el
círculo central, era la usina generadora que sueña todo entrenador, y el
objetivo señalado de los marcadores rivales para maniatar todo intento
ofensivo.
Sin
embargo, como a veces sucede con los iluminados, Triple Pe no descansaba sobre
su ADN. Vivía puliendo su magia. Se quedaba horas después de cada entrenamiento
pegándole por arriba de las figuras de madera y buscando los ángulos con todas
las variantes posibles; al primer palo con comba cerrada, al segundo con cara
interna, tres dedos por afuera de la barrera, o pique sutil para la entrada del
nueve.
Acumulaba
horas perfeccionando una técnica que cada día se hacía más perfecta.
Así
llegó a las manos del viejo Antonio Lema, veterano maestro de juveniles que en
los terrenos de Casa
Amarilla vio por primera vez a ese mago llamado Pedro Pablo Peralta, Triple
Pe.
Cuando
Don Antonio lo vio clavando un misil de emboquillada casi desde mitad de
cancha, pensó que toda su vida, todos esos años de darle y darle a la pelota
enseñando, depurando, corrigiendo, habían sido sólo para llegar a ese momento,
en el pináculo de sus conocimientos, dando el último toque a esa joya en bruto
que el destino ponía delante de sus ojos.
El Viejo
Lema empezó a dedicarse a Pedro cada vez más, hasta llegar a hacerlo casi por
completo. Buscaba el detalle mínimo, la medida milimétrica, el perfil perfecto
para hacer de su discípulo el más grande de todos los tiempos. La obsesión fue
ganando espacio en su vida, llegando a postergar funciones esenciales en pos de
dedicar más tiempo y más espacio a ese regalo que la vida le había puesto
enfrente en los últimos avatares de su exitosa carrera docente.
Así fue
que Antonio Lema, luego de doce días ininterrumpidos de revisar una y mil
veces, videos de Nelinho, Zico, Platini, Francescoli, Maradona y todo cuanto
pegador hubiera existido en la historia del
fútbol, fue encontrado muerto en la salita de audiovisuales que supo
hacer construir Don Antonio Alegre, detrás del codo de Brandsen y Filiberto.
Triple
Pe podía creerlo. Su maestro, el hombre con el que había compartido más horas
que con su propia familia, lo dejaba en plena curva ascendente de su búsqueda
de la perfección, en plena construcción del punto más alto de la física
aplicada al deporte.
Lo
empezó a soñar a Don Antonio noche tras noche:
-
Busque la mano cambiada
del arquero, Pedrito…
-
Acaricie… acaricie la
pelota, no le pegue…
-
Apunte con los hombros y
busque la curva…
Cada
noche, Don Antonio seguía hablándole a Pedro en sueños, repitiendo conceptos,
remarcando ideas, reafirmando aciertos y
corrigiendo los pequeños errores, camino al diez absoluto.
Así eran
los días… el Maestro enseñaba sin estar y horas después Pedrito aplicaba sobre
el verde césped las palabras sabias.
Y como
siempre ocurre en la vida de los genios, en algún momento un click, un golpe de
suerte, marca un antes y un después, un día “D” que cambia el rumbo para
siempre convirtiendo la virtud en milagro y el talento en magia.
Aquella
noche de tormenta, Pedro
Pablo no podía dormir. Daba vueltas y vueltas sobre las
sábanas azuldoradas y los ojos seguían abiertos como lámparas y rojos como
fuego. Ya entrada la noche, desde la oscuridad de la ventana que daba a la
Avenida Patricios, un rayo fulgurante seguido de un trueno aterrador, asomó al
cuarto insomne de Triple Pe, que escuchó bajar el vozarrón divino:
-
En las bravas, nunca
asegure al medio Pibe, eso déjeselo a
los picapiedras, usté apúntele al ángulo, donde se juntan los palos… ningún arquero
llega ahí… Los grandes definen así…
Y
después… el silencio absoluto. La calma intimidante. La nada.
Pedro
despertó varias horas después, aún aturdido por el trueno y la aparición inexplicable. Una y otra vez el vozarrón
golpeaba dentro de su cráneo:
-
Al ángulo, pibe… ningún
arquero llega…
-
Donde se juntan los
palos…
- A-lo-gran-de!
Y ahí
fue Pedro, bolsito en mano, después del entrenamiento, con su bolsa de pelotas
en la entrada del área grande. Clank! En el vértice izquierdo. Clank! En el
ángulo opuesto. Clank! Clank! Clank! Cada pelota volaba en comba angelical
hasta caer besando la soldadura donde palo y travesaño se juntan en un punto
soñado.
Una y
otra vez, el pelotazo de Triple Pe despertaba a las arañas causando la
admiración de los curiosos que se juntaban a admirarlo.
Pedro
seguía ensimismado en su viaje místico, con la seguridad de los que se saben
portadores de una verdad única, pero con la humildad de los que aceptan ser
mensajeros de una voz superior.
Encerrado
en su luz, su figura fue creciendo tanto como el misterio de su vida interior.
Sin haber debutado aún en la primera, fue tentado por los más encumbrados
apóstoles de las ciencias de la comunicación. Chiche Gelblung, Mauro Viale,
Anabella Ascar, Nelson Castro y Marcelo
Bonelli intentaron sin éxito llevarlo a sus programas. Pedro se mantenía en sus
trece, y a través de sus allegados acercaba una cordial pero firme negativa.
Así
pasaron los meses hasta que llegó aquel el día.
Después
de racha incomprensible en la que llevaba quince meses sin convertir en las
divisiones inferiores, Pedro
Pablo Peralta salía entre los suplentes de la Primera
división. Llevaba una seguidilla de ciento cuatro tiros en el travesaño que era
difícil de creer, pero que a esta altura parecía interminable.
A pesar
de los consejos de entrenadores, colegas y amigos, Pedro mantenía su silencio y
su extraña contundencia a la hora de clavarla en los vértices de cuanto arco se
cruzara en su camino. Ante cada tiro libre, o penal a su favor, los rivales se
le acercaban a la voz de Clank, Clank, Clank…
Sin
embargo, nadie se atrevía a pedirle a Triple Pe que dejara el lugar a otro. El
afán de que convirtiera para destrozar la maldición era más fuerte que
cualquier otra cosa, y la secreta convicción de que cuando entrara una,
entraban todas…
Como
tantas veces ocurre con los elegidos, Pedro salió a la cancha por primera vez
en el clásico de siempre. Décadas de históricos enfrentamientos antecedían a
esta tarde inolvidable en la que Pedro pisaba por primera vez la alfombra
vegetal de la Bombonera de Buenos Aires. Una semana de lluvias y tormentas anunciaban
un clásico jugado al límite, de pierna fuerte y dientes apretados. A la hora
del inicio, el agua caía a baldazos y con los primeros minutos de juego, el
fango iba cubriendo el campo de juego en toda su extensión.
Así
transcurrieron los minutos, con despejes de puntín y barridas desafiantes con
los botines como lanzas. La guapeza hecha bandera, en “un clásico casi
borgiano, si se permite la paradoja” describía Víctor Hugo.
Y así
llegó aquel momento. La hora H del día D, que cruzan los señalados. El hito que
marca para siempre un futuro de gloria o Devoto, como decían los viejos.
Para Pedro Pablo Peralta, Triple
Pe, esa hora y ese día fue a los cuarenta minutos del segundo tiempo, cuando en
un clásico que marchaba hacia un cero a cero inamovible, que clausuraba las
chances de ser campeones, el
Profe Salas pronunció las palabras mágicas: “Venga pibe, a
ver si me lo gana…”
El
corazón de Triple Pe ni se inmutó. Pedro Pablo Peralta dejó de precalentar con el resto
de los suplentes, y con su parsimonia habitual desabrochó la campera Nike y se
paró al costado del cuarto árbitro esperando la detención del juego.
El
espectáculo que era paupérrimo en la cancha, brillaba en las tribunas
eufóricas, sabedoras de estar viviendo un momento único. El Oleee, oleee oleee
oleeee… Pedrooo… Pedrooo era atronador. Bajaba de las gradas y penetraba las
raíces del maltratado césped conmoviendo los cimientos de la histórica
estructura de cemento que tantos ídolos había visto pasar.
-
Ni en la despedida de
Hrabina vi así esta cancha…
-
Mirá nene… que esto
nunca en tu vida te lo vas a olvidar…
Los
hinchas morían por Triple Pe que todavía no había jugado un solo minuto en
primera. Pedrito había nacido ídolo, porque los ídolos nacen… vienen con ese
qué se yo debajo del brazo y nada ni nadie puede contra eso…
Los
ídolos son ídolos por mandato del destino, y su vida parece escrita por un
novelista genial que paso a paso va dibujando una escalera de ensueño. Y eso
estaba pasando con Triple Pe Peralta…
Esa
pluma misteriosa que escribe la vida de los genios, brilló como nunca en ese
confuso borbotón de piernas en el borde del área y la pelota al cielo, en una
escena de película, cortada por el silbato del árbitro y el índice de la mano
derecha señalando el punto exacto de la falta. Explosión en las tribunas, tiro
libre en el borde del área con el tiempo cumplido, y Triple Pe en la cancha
para consagrarse definitivamente y dejar atrás esa seguidilla interminable de
travesaños y palos. Si había un día soñado para ingresar al altar de los dioses
xeneixes, era este, sin duda.
-
Que le pegue el pibe –
ordenó Salas con autoridad.
Y allí
fue Pedrito… pelota bajo el brazo, con su andar elegante e inmutable frente a
los insultos y las amenazas de los tremendos defensores riverplatenses.
- Así que vos sos el que se movía al Viejo Lema pibe?-
intentó con filosofía bilardiana el Carnicero Godoy desde su aplomada
veteranía.
- Nene, si lo errás te van a
degollar…- probó el Laucha Morete, sin tanta sutileza.
Pero el
pibe no arrugaba. Con mirada casi ausente acomodó la pelota, se subió las
medias y descontó los pasos de carrera sabiendo que era su momento. Todo era en
cámara lenta, como en los sueños, como en los combates de Gatica que mostraba
Favio… Los hinchas desenfrenados con las venas hinchadas y los ojos salientes,
los puños en el aire o los ojos tapados esperando el grito… Lenta imagen,
sonido pesado y gutural…
-
Qué vas a hacer Triple
Pe? Le vas a dar al palo o la vas a meter? – preguntaba Marcelo Araujo desde
los micrófonos de la Televisión Pública.
-
Metela nene, metela…-
opinaba el Bambino desde Radio Diez.
-
No la va a meter y todo va a estallar, el país se está
hundiendo y esta es otra maniobra de los Kirchner para entretenernos -
comentaba Lilita Carrió entrevistada por Luis Majul desde Punta del Este.
Y ahí
fue Pedro… ajeno a todo. Camiseta veinte fuera del pantalón, con la cara
manchada por el barro, bajo la lluvia demoledora del otoño porteño. El
Goooooooooooo de la hinchada se sostenía en el aire. Pedro elevó la vista y
calculó el viento, y ese fue el momento… Un resplandor enceguecedor estalló en
el cielo y el rostro inconfudible de Don Antonio Lema se dibujo entre los
nubarrones. Sonriente, confiado, con el gesto paternal de siempre… el Maestro volvió
a hablar:
-
Al ángulo nene, donde
se juntan los palos… Nadie llega ahí…
Pedro
miró a su alrededor, todos lo miraban, nadie parecía haber visto y escuchado lo
que él, pero Triple Pe sintió que una energía poderosa invadía cada célula de
su cuerpo ahora tembloroso. Cerró los ojos y arrancó esa carrera interminable
de siete pasos hacia la pelota: cuerpo en ángulo, brazos en equilibrio, mentón
apuntando… caricia del empeine mágico, y la pelota volando entre las gotas
frías.
Miles de
miradas la siguen, los jugadores de la barrera giran sus cabezas ya superadas
por el disparo, el vuelo del arquero y el brazo cambiado estirado hasta la
impotencia. Gira y gira sobre si misma dibujando la parábola exacta, perfecta,
en trayectoria calculada en horas de entrenamiento. El mundo se detiene en ese
viaje interminable hasta que el ruido final rompe el silencio: Clank!!!
Travesaño
y afuera…
Estalla
la visitante que redobla el eco cuando Laverni
pita el final. Se acabó el sueño dorado de la mitad más uno… Lluvia y
llanto se unen en un único manto de decepción que no tiene consuelo…
A un
nuevo rayo, aún más poderoso que el anterior, le sigue el trueno y la imagen,
ya menos borrosa de Don Antonio Lema, ahora de cuerpo entero dibujada en el
cielo oscuro…
-
Gracias pibe… - dice el Maestro… y a su lado, sonrientes, otros también agradecen…
Pedro no
los reconoce… Son Labruna, Pedernera,
Moreno, Lousteau…